
diario di viaggio Patiperro
(Richard Mateos)
Primero episodio
De camino a Chile
¡Pum, pum, pum!
¡Pum, pum, pum!
Salgo de Valencia entre el incesante ruido de las explosiones y el penetrante olor a pólvora.
Miles de personas llegan a la ciudad para contemplar las fallas, enormes esculturas de cartón que son devoradas por el fuego al terminar la fiesta; miles de personas llegan, pero yo me voy, porque Chile me espera.
—Esto se está poniendo gracioso, pienso, porque para llegar al extremo sur del mundo tres aviones de dos aerolíneas diferentes me acercarán a Santiago de Chile. Suponiendo que no haya retrasos ni cancelaciones, tenemos casi dos días de viaje por delante.
—Mira a mi niña —dice la santa madre que me parió camino a Mali, un perro guía que me acompaña en mis paseos por el mundo—, mejor dejar a ese loco —que no sé por qué hace este viaje— y quedarme en casa conmigo. Mejor que recurra a su bastón y te quedes en casa, que este loco te hará sufrir, insiste mi madre como si el perro lo entendiera después de haberme exaltado, porque siguiendo las recomendaciones del entrenamiento dejo Mali sin comer un día y medio antes del viaje para que sufra lo menos posible al aguantar las ganas de hacer sus necesidades.
Como parece que Mali no se dejará convencer por mi madre saboteadora, todo está listo, pienso: las aerolíneas están informadas de que viajo con un perro guía, tengo su pasaporte en regla, todo está claro, pienso. Pero de repente, un correo electrónico de una de las compañías me informa que, además de los certificados en vigor, debo presentarles un informe médico sobre mi discapacidad.
Sonrío, porque ni siquiera me piden el certificado de discapacidad emitido por mi país, sino un informe médico. De la sonrisa paso a la risa, a partirme de la risa a carcajadas imaginando la reacción del médico de cabecera del saturado sistema de salud pública cuando voy a verlo para decirle que necesito que certifique mi ceguera para poder viajar.
Me imagino al hombre diciéndome que no es su trabajo, que tengo que pedir cita con el oftalmólogo. Cuanto más lo imagino, más me río y procedo a decirle a la compañía que lo que piden no es legal, hasta que finalmente la razón prevalece y responden disculpándose.
En el aeropuerto de Santiago, una voz nos recuerda que, debido a la ubicación geográfica del país, enclavado entre la cordillera de los Andes y el mar, no se permite la entrada de alimentos ni seres vivos no declarados:
La documentación de tu mascota, amigo, ordena el aduanero con seriedad. Se la entrego y el hombre se levanta de su asiento y me pide que espere.
Pasan los segundos que se convierten en minutos y el hombre no regresa. Mi respiración es agitada, siento un cosquilleo en el estómago, se me cierra la garganta y tengo la mente confundida:
—Y si durante las paradas perdieron algún documento y me pusieron en cuarentena...
—Aquí te doy tu documentación —dice el oficial—. Me contuve porque se rompió la fotocopiadora. Me explica y suspiro aliviado.
—Bienvenidos a Chile. Bienvenidos tú y tu acompañante.





